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AVENTURAS POSTUMAS

Aún siendo perfectamente conciente de que nunca más podré siquiera aproximarme al nivel de mi más excelsa obra cumbre, alocadas aventuras: primera parte, me atrevo, y con el sólo propósito de permitirles conocer lo ultimo en cuanto a aventuras de Maflo respecta, a escribir las líneas que siguen. Me veo obligado a enfatizar la pobre calidad de esta narración, comparada con su precedente, al punto de no atreverme a titularla como correspondería.

Muchos años han transcurrido desde la primera publicación de los ya públicamente conocidos acontecimientos que marcaron un antes y un después en la vida de tantas personas. También muchas han sido las encarecidas solicitudes para que se siga documentando la vida privada de la persona en cuestión, obviamente, sin reparar en las millonarias demandas legales que podrían recaer sobre tan honorable federación como esta. Luego de meses de intensa meditación, un profundísimo análisis sobre las consecuencias éticas que este articulo podría tener y una sorprendentemente inspiradora borrachera, no me quedó mas alternativa que hacer precisamente lo que estoy haciendo: redactar con lujo de detalle todos los acontecimientos relacionados con la noche en la que, después de años de desencuentros, finalmente volví a ver a Maflo.

Sin más preámbulos, me remito a los hechos de aquella fría noche de invierno. Resulta que por aquellos días me veía envuelto en una intensa labor de serio periodismo de investigación, al mejor estilo America 24, relacionado con el drama que viven cientos de miles de personas de bien, a lo largo y ancho del país. Si, estoy hablando de los piquetes. Hete aquí que por esos días estaba frecuentando asiduamente el famoso antro “el sótano”, dado que sufría preocupantes problemas de drogodependencia. La cuestión es que andaba corriendo el rumor de que esa misma noche se llevaría a cabo la fiesta clandestina más peligrosa del año, con la presencia de la mítica banda “las manos de fillipi”, icono del trash hardcore combativo piquetero. Pocos eran los motoqueros ex convictos que se habían atrevido a asistir a una de esas celebraciones y menos aún los que habían salido de las mismas en condiciones de contarlo. Inmediatamente advertí que esa era mi oportunidad para saltar a las grandes ligas del periodismo de investigación, incluso tal vez de llevarlo a otra dimensión.

-No cometas semejante locura, esas fiestas son un peligro- me pedía encarecidamente un neo nazi, skin head, mientras terminaba de apuñalar a un punk antifascista.

-Mirá que la gente que recorre esos ambientes es de lo más violenta- agregaba un motoquero de frondoso prontuario mientras enfundaba su revolver.

Hice caso omiso de todas las recomendaciones que recibí, ya había tomado mi decisión y no iba a cambiarla por nada del mundo. Aspiré la ultima línea de cocaína que me ofrecieron, me coloque un chaleco antibalas que muy generosamente me prestaron, y salí con paso decidido en busca del bar donde tendría lugar la fiesta esta. La calle me resultaba desconocida y el número excesivamente largo, por lo que debía tomar un taxi si quería llegar a tiempo para presenciar la actuación de la banda soporte, un tal “muerto en pogo”. Los taxistas se negaron sistemáticamente a tan siquiera acercarme a esa zona, así que debí caminar. El hecho de encontrarme absolutamente fuera de mi mismo hizo el viaje algo más ameno. Pero al llegar a la supuesta ubicación del local, no ví nada excepto las ruinas de una antigua casa, con lo que quedaba de su puerta y sus ventanas cerradas. Luego de varias idas y venidas note algo de movimiento y llegue a la conclusión de que ese debía ser el lugar donde se desarrollaría el tan ansiado recital. Venia sospechándolo mientras me dirigía a la puerta, pero ya al ingresar al local estuve casi seguro de que el mismo no contaba con la habilitación municipal reglamentaria. A pesar de haber andado por los más miserables tugurios que uno se pueda imaginar, a uno nada lo puede preparar para semejante escenario. Con mi primer paso descubrí que varios centímetros de algo que calculo serian años de cenizas de cigarrillos decoraban el antiguo piso de mármol que se suponía estaría debajo. Pero no iba a dejar que eso me detuviera, tome coraje y me senté en algo que parecía una banqueta frente a lo que debía ser la barra. En lugares así, es casi imprescindible dar la impresión de un hombre recio, solitario, hasta peligroso. Ordene un whisky triple, del barato. No pude menos que sentirme orgulloso por la manera en que lo había hecho.. Sin embargo oí unas ásperas risas de un grupo de personas que se encontraban a mi lado. Evidentemente había fracasado en mi intento de parecer un ex asesino serial, pero tampoco sabia que mas podría hacer, mis ropas eran casi harapos, llevaba algún que otro día sin bañarme, estaba por demás de drogado y había pedido una bebida que a cualquier ciudadano de a pie le parecería veneno. Intrigado, voltee y vi junto a mi sucio vaso, una hilera de siete tequilas, que fueron ingeridos uno tras otro, cual si fueran agua, por mi vecino de barra. Me sentí en la necesidad de ver el rostro de semejante bebedor, subí la mirada y mi sorpresa no podía ser mayor. Si, era ella, quien durante tantos años había ido conmigo al colegio, y de quien no tenia noticias desde la anterior aventura, documentada justamente en este sitio. Me refiero, por supuesto, y como todos se estarán imaginando, a Maflo. Antes de percatarse de que estaba siendo observada por su ex compañerito de escuela, vomitó sin refinamientos y se encargó de la otra hilera de siete tequilas, que habían sido inmediatamente rellenados por el camarero una vez vaciados. Eructó y se volvió hacia mi persona con mirada más que desafiante.
 
Maflo:
Que haces acá vos?
 
Yo:
Maflo, cómo me alegro de verte, tanto tiempo sin noticias tuyas. Estoy haciendo un estudio relacionado con los actuales medios de protesta con que cuenta la clase obrera.
 
Maflo:
Siempre con esas pelotudeces vos.
 
Yo:
Es que tengo una familia que mantener. Además los chicos están por empezar el colegio y no te das una idea lo que cuesta uno medianamente decente.
 
Maflo:
No seas cagón! Yo también tengo un par de pibes. Comprame una cerveza, querés?

Como buen caballero que soy, accedí de inmediato. Comencé a preguntarle sobre su vida, sus planes, sus aspiraciones, pero ella no paraba de insistir en que le compartiera algo de merca. Al rato, fue al baño regresando a los cinco minutos con mucho mejor carácter, así como con una considerable cantidad de cocaína diseminada alrededor de su nariz. Tomamos otra cerveza y de repente comenzó a sonar uno de los hits más moviditos de “muerto en pogo”. Sin perder tiempo, se levanto, hizo estallar la botella de la que estaba bebiendo contra la cabeza de un inocente transeúnte, agarro unas cadenas del mostrador y se alejo revoleándolas, en precisa dirección hacia escenario. No pocos fueron los que tuvieron que ser retirados del establecimiento, inconcientes, victimas de los cadenazos. Por alguna extraña razón, todo le estaba permitido a Maflo dentro de la jurisdicción de ese bar. Las canciones iban pasando y ni un segundo dejaron de volar botellas, sillas, mesas y personas. Debo confesar que deje de sentirme avergonzado de llevar puesto un chaleco antibalas al escuchar las primeras detonaciones, incluso sin haber sido impactado. A pesar de toda esa agitación, algo en mi me decía que el público estaba guardando sus energías para el show que le seguía. Y no me equivocaba.

Una vez finalizada la actuación de la banda soporte, percibí un intenso bullicio. Empezó a ingresar más gente al bar, una especie de “pesada” que iba mas allá de lo que hasta ese momento mi imaginación me hubiera permitido figurarme. Ni siquiera podría afirmar que estaban drogados, se trataba de algo distinto. La cosa se iba a poner fea. Sonaron los primeros acordes y fui arrastrado por una marea humana que gracias a dios me deposito en la barra, del otro lado del mostrador. Note con extrañeza que el camarero no se encontraba en su lugar de trabajo. Unos revoltosos lo habían arrojado por sobre el publico, directamente al centro del alboroto, llevándolo a una muerte segura. Sabiendo que esa podría ser mi suerte en cualquier momento, no tuve mejor idea que tomar una cerveza y disfrutar del espectáculo. Mi instinto estaba en lo correcto, Maflo era respetada en ese ámbito. Nadie se atrevía a empujarla, ni a caminar sobre su persona, ni a dispararle, como si se hacia con cualquier otro. La idea apareció en mi mente con total claridad; esa era mi oportunidad para llevar un paso más allá mi proyecto de investigación, de ser el único periodista capaz de ingresar a semejante pogo y salir vivo para poder contarle al mundo semejante experiencia. Después de un esfuerzo sobrehumano logré llegar a su lado, para recibir de lleno un cadenazo, a modo de bienvenida, supuse. Valió la pena, a su lado yo era intocable. Pero algo no estaba bien, pues ella estaba permanentemente injuriando a uno de los integrantes de la banda. Caí en la cuenta que insultaba al guitarrista, al recibir el mismo una baldosa en la cabeza, cortesía de la dama en cuestión, por supuesto. Ahora bien, cómo se suponía que seguirían tocando sin el guitarrista principal, no me lo imaginaba. Pero aparentemente el resto de los allí presentes tenían experiencia en el particular, y comenzaron a vitorear para que la mismísima Maflo tomara el lugar del herido, petición a la que accedió sin dilaciones. El publico estaba eufórico, y ella también, tanto que a su segundo tema comenzó a derribar la las pilas de altoparlantes, golpear la guitarra del a ese momento difunto y patear los tambores de la batería. De alguna manera, se las ingenió para seguir así durante una hora de reloj, mientras el público, ya completamente fuera de sus cabales, terminaban de destruir el lugar. Al finalizar el show, solo quedaban en pie las columnas de contención, aquellas fundamentales para evitar que el pesado techo cayera sobre nosotros.

Lo había logrado, todo había terminado y seguía con vida. Apure el paso para salir cuanto antes de aquella trampa mortal. Más luego de haber caminado algo así como escasos cincuenta metros, oí un frenético grito femenino, incitando a las enardecidas masas a ir a quemar el edificio de la fundación libertad, y recibiendo un caluroso apoyo. Casi a punta de pistola me tuve que unir a la manada, que de alguna manera ya contaba con un arsenal de cócteles molotov, gomeras, palos y esos pañuelos al estilo palestino que tan de moda están en los ámbitos de movilización obrera. No fue sino hasta que arremetieron salvajemente contra algunas de las más humanitarias organizaciones sin fines de lucro que lamentablemente se habían instalado camino a la fundación libertad cuando caí en la cuenta de que Maflo andaba de anfetas. Eso ya era demasiado para mi y decidí huir, aunque convencido de que volvería a tener noticias de ella, por lo pronto al menos en la sección policiales del día siguiente.

Liderando la procesión.


 
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